sábado, 27 de diciembre de 2008

EL NACIMIENTO DE UN LENGUAJE


Ya en sus primeros tiempos el cine había desarrollado nuevos temas propios, nuevas figuras y un nuevo estilo, es decir: un nuevo género de arte. Uno de los principios fundamentales del teatro establece que el espectador ve la escena con continuidad espacial, es decir: en su totalidad. Abarca constantemente todo el espacio en que se desarrolla la escena. Otro de los principios básicos del teatro, el espectador ve siempre la escena desde una distancia determinada e inmutable. Constituye otro importante principio el hecho de que el “enfoque” del espectador, su ángulo visual, su perspectiva, se mantiene constante. En el teatro fotografiado (la cámara fija desde la mitad de la platea) cambiaba, a veces, la perspectiva de una a otra escena, pero durante una de ellas permanecía tan inmutable como distante. Estos principios fundamentales del teatro se relacionan naturalmente entre sí y son parte de los primeros principios de la forma de expresión y del estilo teatral. Estos principios perdieron su significado con el advenimiento del arte cinematográfico –que comienza donde ellos terminan- y cedieron el paso a los nuevos métodos. Y, así surgieron los nuevos métodos:
1-Variación de la distancia entre el espectador y la escena, en el transcurso de la misma. De aquí deriva la variación del tamaño de la escena, que se desarrolla dentro de un marco y de una composición del encuadre.
2-La subdivisión de la escena completa en imágenes aisladas.
3-La variación del encuadre (ángulos visuales, perspectivas) de imágenes aisladas en el transcurso de una misma escena.
4-El montaje, es decir el ordenamiento de las tomas aisladas, donde no se trata de una sucesión de escenas completas –por muy corta que éstas sean- sino del encuadre de pequeños detalles de la misma escena. La escena como unidad surge de esta sucesión, como partes de un mosaico ordenado en el tiempo.
Estas expresiones visuales nacida de estos métodos, creó las nuevas bases de la evolución del arte cinematográfico, cuya cuna fue Hollywood (EE.UU. de Norteamérica), esta revolución visual que tuvo lugar en los comienzos de la primera guerra mundial, debemos agradecerle al genio de David Griffith, no fue solo el creador de hermosas obras de arte, sino que también con el empezó un arte nuevo. La particularidad especifica del arte cinematográfico es la siguiente: no sólo nos permite observar de cerca imágenes aisladas del conjunto de la escena, y vislumbrar las entrañas de una vida que nos muestra así sus más recónditos e íntimos misterios, sino que observa también el sentido de lo profundo e impenetrable, en contraposición con lo que ocurre en el escenario o en una pintura. Esto sucede porque ese sentido no se encuentra ahogado bajo la compleja impresión de todo el cuadro, que permanece constantemente ante nuestra vista. El empleo de los nuevos medios expresivos del arte cinematográfico no dio a conocer temas referentes a tempestades o volcanes en erupción. Hizo resaltar, en cambio lo oculto, como por ejemplo. Una lágrima solitaria que recorre sutilmente una mejilla y cuyo significado era desconocido en el escenario teatral. El director de un film no nos permite observar aquello que nos plazca en una escena. Obliga, en cambio a nuestra mirada, a pasar de un detalle a otro, siguiendo el orden preconcebido de un montaje. Mediante la sucesión de encuadres, el director puede poner de relieve algunos hechos; no se limita a mostrar una película, sino que le da un significado. Este es el punto en el que la personalidad del creador del film aparece en toda su importancia. Dos películas con el mismo argumento, pero diferente montaje, serían la expresión de dos personalidades diferentes. Representarían dos enfoques del mundo completamente distintos, serían, en fin, dos películas distintas.

martes, 7 de octubre de 2008

RODAJE DEL DOCUMENTAL DEL “DIARIO EL MUNDO”

Marcelo Aufiero (dirección), Laura Elizalde (cámara), Leandro Alem (direc. de arte), resolviendo el movimiento de travelling en una de las escenas del documental del DIARIO EL MUNDO.

Fernando Crisci, (actor) en el personaje apócrifo del documental del DIARIO EL MUNDO.

Arriba Laura Elizalde (cámara), Leandro Alem (dirección de arte), abajo de izquierda a derecha: Marcelo Aufiero (dirección), Fernando Crisci (actor), grabando una de las escenas del documental del DIARIO ELMUNDO.
Equipo técnico y artístico del documental del DIARIO EL MUNDO: de izquierda a derecha, Marcelo Aufiero (direc.), Leandro Alem (dirc. de arte), Gabriela Cossio (producción), Laura Elizalde (cámara), Fernando Crisci (actor)

jueves, 2 de octubre de 2008

PIER PAOLO PASOLINI


Sobran quizá los dedos de las manos para encontrar, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, intelectuales en los que obra y praxis política y de la vida sean tan coherentes como en Pasolini. Aquello de “lo que digo con la boca lo sostengo con el cuerpo”. Nombrar su muerte –esa ferocidad de barro y sangre- es como nombrar su vida: una forma del énfasis o de la desmesura, un modo de exasperar la palabra para obligar a decir. ¿Decir que? Que Pier Paolo Pasolini fue eso: un énfasis, una exageración de la vida, una atormentada manera de buscarla, de encontrarse con ella, de perderla o perderse. Decir que fue uno de los más grandes artistas italianos del siglo XX no alcanza. El refinamiento de su poesía, la virulencia de sus ensayos políticos, la hermosura brutal de algunas de sus películas: Pasolini fue, sobre todo, uno de los últimos intelectuales trágicos de la modernidad. Estaba listo para morir por las ideas que en otros sólo son meros juegos discursivos o ejercicios estéticos, donde hizo elecciones sin retorno y que cumplió con ellas hasta las últimas consecuencias. Quienes actúan su deseo se salvan de la peste y quienes no, la engendran, comento alguna vez. No se lo perdonaron, pero tampoco le importó, supo aventurarse, sin inocencia, en los rincones más pestilentes de su época, en las oscuridades del alma, en el placer y el dolor de los cuerpos, en los goces secretos, aun aquellos que exigen rituales de humillación. “yo pago un precio por la vida que llevo. Es como alguien que desciende a los infiernos”, confesó alguna vez. A lo largo de su vida siempre al borde de la catástrofe, hizo del escándalo un arma de combate, del cuerpo una maquina deseante, de la condición una forma dolorosa de su ser en el mundo. Irrecuperable para los sistemas de valores aceptados, a derecha e izquierda, comprometía su existencia en cada gesto: era todo menos burgués. Para el, el mundo era abyecto e implacable y eso tenía nombres, marcas: era el infierno del capitalismo, del genocidio y las fábricas de muerte, era la banalidad de lo perverso, el repliegue de la moral y la degradación de la cultura; era la pervivencia del fascismo que seguía destilando sus venenos en la Italia de la posguerra. Contra todo eso descargó la iracundia de sus múltiples lenguajes, esas prácticas a contramano de ciertas formas del arte que pretendía conciliar la belleza con la podredumbre, la inquietud con aquello que la produce y la trama. Marxista heterodoxo y católico herético, fue expulsado de ambos lugares, la Iglesia Católica romana, y el partido comunista. Ninguna de las dos, le perdonó su herejía mayor: la homosexualidad confesa, que arrojó como un guante en la cara de esa sociedad pacata y ultra católica que empezaba a relamerse con los frutos del “milagro” económico de los 60. ¿Un profeta? Bastante más que eso: alguien que se atrevió a decir lo que muy pocos intelectuales contemporáneos se animarían siquiera a susurrar. Como en sus films más revulsivos –como Saló, una metáfora alucinada sobre las perversiones del poder, cuya visión se vuelve, por momentos, insoportable. La suya fue una pelea desigual, condenada de antemano a la derrota, seguramente porque no hacía concesiones ni a la prudencia ni ala cortesía, esos gestos con los que intelectuales suelen poner a salvo su propia retaguardia. La voz de pasolini es la de alguien que sabe que la extrema lucidez lleva a un destino de soledad, que el no consentimiento acarrea desdicha, que el rechazo absoluto a la obscenidad de los poderes se paga a veces con la propia sangre. Pasolini había buscado la verdad –ese modo de verdad donde la verdad es el cuerpo- en esos escenarios de villas miseria, en las afueras de Roma, donde no era posible el anclaje en lo humano, había descubierto que ya no habría para el mundo otro horizonte que el de la abyección. Un 24 de agosto de 1975 escribió: “Estoy solo, en el campo, en una soledad elegida como un bien. Aquí no tengo nada que perder (y por eso puedo decirlo todo) pero tampoco tengo nada que ganar, y por eso puedo decirlo todo con mayor razón”. Nada que ganar ni nada que perder, salvo la propia vida. Pero ésa fue su última carta.

viernes, 19 de septiembre de 2008

EL MÁS DÉBIL..EL MÁS LEAL.

En la vida, siempre buscamos puentes
para acceder a nuestros objetivos,
a nuestros cambios…al amor.
Un puente que reúna todos nuestros caprichos.
Saliste a un camino que daba a mí.
Me miraste, me observaste, me tocaste…

te diste cuenta que no era un buen puente.
Un poco roto, astillado y abandonado.
Un puente que seguro, nadie cruzaría.
Muchos dirán con desconfianza:
No da seguridad.
No tiene buen aspecto.
No tiene buen soporte.
Pensarán que en cualquier momento me derrumbaré.
Eso, a mí no me importa, porque soy en este instante feliz!...

al saber que estas a punto de cruzarme.
Me has elegido!
Siento que mi estructura se enorgullece, que vuelvo a ser útil.
Te prometo que sobre mí, no te marearás, no te astillaras…

pierdes equilibrio, pero por favor, no te bajes!.
Estoy descuidado, sientes que te caerás, pero no me derrumbaré!

Tengo la dicha de mantenerme en pie, para que me cruces.
Aunque ya nada tenga de los grandes puentes.
No seré un gran puente colgante.
No seré el histórico puente de Aviñón.
No seré el majestuoso puente de Alejandro III,

ni el nostálgico Puente de los Suspiros.
Pero, cuando estés cruzando sobre mí, evocaré lo que fui:

hermoso, imponente, soberbio y aunque intangible sea el pasado,
me sentiré nuevo y bello otra vez.
Te juro que no caeré!
Seré parte de tu historia, así como aquellos puentes,

por los que cruzaron, héroes, reyes y santos.
Yo sostendré tus pies! para que camines al gran encuentro

de tu propia historia.
Sabré guardar este maravilloso secreto: ser el don de fortaleza,

del gran hombre de esta historia!
Y cuando ya me hayas cruzado y el tiempo pasado…solo por un instante,

mires atrás, y recuerdes que este humilde puente abandonado,
fue quien te ha sostenido con verdadera lealtad,
al cual llamarás, simplemente por mi nombre,
si es que ya… tal vez.... lo has olvidado.

5 de Junio de 1996.

L. A.